La mujer del pescador

La señora dalloway

HISTORIA. Japón cerró sus fronteras al mundo durante 250 años, entre 1603 y 1853. Nadie, extranjero o japonés, podía entrar o salir de Japón bajo pena de muerte. Todos los extranjeros europeos fueron expulsados de Japón.

La autarquía, o el discreto encanto de la autonomía, generó unidad y estabilidad interior y una época de eterno esplendor. Aprendieron, como los anacoretas o ermitaños, de su vida interior. He oído decir que el largo confinamiento y la vida aislada convirtieron a los japoneses en una especie de extraterrestres.

La agricultura, la tecnología y las comunicaciones mejoraron. Floreció una cultura urbana diversa y original que contribuyó a un nuevo pluralismo artístico. La relación entre la pintura, la poesía y la caligrafía fue característica de la expresión artística en Japón. El desarrollo de los grabados policromos en madera producidos de forma barata y en grandes cantidades hizo posible la producción y el consumo de arte a una escala hasta entonces desconocida en Japón.

Uno de los artistas más conocidos de la época es el maestro Katsushika Hokusai (1760 -1849). Nació en Edo (actual Tokio). Uno de sus grabados en madera más reconocidos es la xilografía explícitamente erótica conocida como “El sueño de la mujer del pescador” (en japonés “Tako to ama”, “El pulpo y la niña buceadora”).

Análisis del pescador y su mujer

Hay un pobre pescador que vive con su mujer en una casucha junto al mar. Un día, el pescador atrapa un pez que dice ser capaz de conceder deseos y le pide que lo libere. El pescador lo libera amablemente. Cuando su mujer se entera de la historia, dice que debería haber hecho que el pez le concediera un deseo. Ella insiste en que vuelva y le pida a la platija que le conceda su deseo de tener una bonita casa.

El pescador regresa a regañadientes a la orilla, pero se inquieta al comprobar que el mar parece volverse turbio, ya que antes era tan claro. Inventa una rima para convocar a la platija y ésta concede el deseo de la esposa. El pescador está contento con su nueva riqueza, pero la esposa no lo está y exige más, y pide que su marido vuelva a desear que le hagan rey. A regañadientes, lo hace y consigue su deseo. Pero una y otra vez, su esposa le envía de vuelta para pedir más y más. El pescador sabe que esto está mal, pero no puede razonar con su mujer. Le dice que no debe molestar a la platija y que se contente con lo que le han dado, pero su mujer no se contenta. Cada vez, la platija concede los deseos con las palabras: “Vuelve a casa, ya lo tiene” o algo parecido, pero cada vez el mar se vuelve más bravo.

Pequeñas mujeres

Hay un pobre pescador que vive con su mujer en una casucha junto al mar. Un día, el pescador atrapa un pez que dice ser capaz de conceder deseos y le pide que lo libere. El pescador lo libera amablemente. Cuando su mujer se entera de la historia, dice que debería haber hecho que el pez le concediera un deseo. Ella insiste en que vuelva y le pida a la platija que le conceda su deseo de tener una bonita casa.

El pescador regresa a regañadientes a la orilla, pero se inquieta al comprobar que el mar parece volverse turbio, ya que antes era tan claro. Inventa una rima para convocar a la platija y ésta concede el deseo de la esposa. El pescador está contento con su nueva riqueza, pero la esposa no lo está y exige más, y pide que su marido vuelva a desear que le hagan rey. A regañadientes, lo hace y consigue su deseo. Pero una y otra vez, su esposa le envía de vuelta para pedir más y más. El pescador sabe que esto está mal, pero no puede razonar con su mujer. Le dice que no debe molestar a la platija y que se contente con lo que le han dado, pero su mujer no se contenta. Cada vez, la platija concede los deseos con las palabras: “Vuelve a casa, ya lo tiene” o algo parecido, pero cada vez el mar se vuelve más bravo.

Los libros de cuentos del diablo: veinte de…

Hay un pobre pescador que vive con su mujer en un tugurio junto al mar. Un día el pescador atrapa un pez, que dice ser uno que puede conceder deseos y pide que lo liberen. El pescador lo libera amablemente. Cuando su mujer se entera de la historia, dice que debería haber hecho que el pez le concediera un deseo. Ella insiste en que vuelva y le pida a la platija que le conceda su deseo de tener una bonita casa.

El pescador regresa a regañadientes a la orilla, pero se inquieta al comprobar que el mar parece volverse turbio, ya que antes era tan claro. Inventa una rima para convocar a la platija y ésta concede el deseo de la esposa. El pescador está contento con su nueva riqueza, pero la esposa no lo está y exige más, y pide que su marido vuelva a desear que le hagan rey. A regañadientes, lo hace y consigue su deseo. Pero una y otra vez, su esposa le envía de vuelta para pedir más y más. El pescador sabe que esto está mal, pero no puede razonar con su mujer. Le dice que no debe molestar a la platija y que se contente con lo que le han dado, pero su mujer no se contenta. Cada vez, la platija concede los deseos con las palabras: “Vuelve a casa, ya lo tiene” o algo parecido, pero cada vez el mar se vuelve más bravo.